viernes, 10 de junio de 2011


De Claro de Rodrigo Peralta

El hombre escribe, afiebrado, como poseído por una fuerza que no controla. Se levanta, guarda el papel en el bolsillo de su chaqueta y desde el deslinde cruza las calles y llega al barrio apresuradamente, no se sabe si sueña o vive o imagina. La sombra que proyecta su cuerpo hace pensar por un segundo que se desprende de él, como almas gemelas, de prisa sobre los adoquines, el cuerpo avanza y la sombra detrás; o bien ésta se adelanta y aventaja al hombre al segundo siguiente, como un sicodélico Peter Pan.
Es Rodrigo Peralta que viene, lo veo venir, con la sonrisa franca, con la luz verdadera de su arte, que se transmuta a su antojo-del teatro a la poesía, de la poesía a la vida, de la vida a la docencia, “aprender a andar y enseñar a andar ”, de la docencia al misterio de la creación artística y de vuelta a la vida, al bar, al barrio amado, su Yungay de todas las puertas y ventanas de siempre. Su obra poética y - no me cabe duda - su camino en el teatro como actor y director son inseparables de su persona. Hombre y sombra unidos de por vida. Hay ciertos artistas que - no sé si por naturaleza propia o por la fuerza de la convicción y la disciplina - logran transformarse ellos mismos en la tela de la obra que construyen, en el soporte de su sueño, de su anhelo, de su viaje. Rodrigo es uno de ellos, sin duda. Y lo veo doblar la esquina de Catedral Esperanza, en este barrio que amamos porque nos recuerda lo mejor de nosotros, lo mejor de un Chile que se niega a desaparecer. Nos recuerda mirar al vecino a los ojos, conversar de nada y de todo un sábado en la mañana, sentarse en un banco del Parque Portales y mirar la Feria que se instala los domingos pensando en qué prepararemos de almuerzo. Nuestra enorme y modesta humanidad de cada día. De esto nos habla Rodrigo en sus escritos, en un gesto poético hermoso que señala un tiempo que se niega a morir, que no dejaremos que muera. De noble madera se construye la poesía de Peralta, inspirada y nostálgica a ratos, violenta y desgarrada en otros instantes. Una exquisita sensualidad emana de sus palabras, como si quisiera retener el sorbo de la vida primario y fundacional del verbo y la piel y la sed para volver a beber, a beber, una y otra vez, como queriéndonos decir que todo gesto es fugaz, que nos está vedada la eternidad, que cada segundo es precioso y de celebración de lo humano ante la certeza absoluta de nuestra mortalidad. Lo veo partir, cruzar Maipú y hacerme una señal, ántes de perderlo de vista. Es Rodrigo Peralta, “rezagado de los ochentas ”, poeta, actor, vecino ilustre… quien nos sonríe, nos emociona y declara.





Santiago 17 de Marzo de 2011
Rudy Wiedmaier

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