La verdad que jamás me propuse escribir nada, ya que para mi las palabras siempre me parecieron códigos extraños, complejos y muy lejanos.
Recuerdo que cuando niño llegó a mis manos un par de ejemplares de revistas de cómic de superhéroes y de mampato.
Las palabras eran como jeroglíficos inentendibles, que flotaban en esos globos que suspenden los diálogos de los protagonistas de una historia. Pero no era tema ese, daba lo mismo. Con un plumón tachaba y omitía esos malditos globos que intentaban desorientar mi atención y determinar una cierta manera de conocer, aprender y crecer.
Entonces entre el hombre araña y Ogu, fui construyendo un mundo de imágenes e historias que hacían perderme por días completos en el potrero del colocolo ubicado frente a la casa de mi abuela. Donde entre canales de regadío, sauces llorones y una tremenda construcción abandonada de lo que es hoy el estadio del popular, me arrojaba a interpretar junto a mis amigos, las más alucinantes aventuras heroicas para salvar al mundo de las garras de algún invasor mutante o de la dominación y la esclavitud. Enemigos que para nosotros, que éramos muy chicos, siempre supimos que se trataba de los militares. Entonces durante todo el día recorríamos el potrero de punta a punta, recolectando palos, cueros de guarenes, patas de baca, cuerdas, piedras filudas y todo lo que fuese necesario para construir armas y combatir al enemigo. Con el objetivo final de salir victoriosos y recibir de las manos de una doncella, la preciada espada del honor o la añorada carta de los misterios.
En ese tremendo potrero que fue por muchos años el escenario vital de todos mis juegos, fuimos creciendo junto a mis amigos con quienes ya hechos unos jovenzuelos, fundamos la pandilla de “Los Montgomery”, su nombre refería a esa hermosa prenda de vestir azul marino y con botones de madera tipo bollas de buque. Tiempos en que tener uno de esos era una gran cosa, nos daba status y categoría, pero por sobre todo nos daba el honor de formar parte de los montgomery. Ya éramos más grandes, por tanto nuestro ingenio era más elaborado, y un día rompimos los forros de nuestros montgomery y entramos a robar mermeladas en tarro al único supermercado de la villa Santa Elena.
Nos dimos cuenta entonces que éramos capaces de más y fuimos yendo al supermercado una y otra vez hasta que armamos una gran despensa de dulces, galletas, mermeladas y manjares.
No teníamos donde guardar nuestros víveres y se nos ocurrió construir unos fuertes de piedra en medio del potrero. Volvimos entonces y sin darnos cuenta a nuestros terrenos, donde nos sentíamos absolutamente seguros. Diseñamos todo un sistema de turnos para resguardar nuestro tesoro y para que sin ser sorprendidos pudiésemos compartir un poco de ello en la mesa de nuestras casas. En medio de esa aventura de vivir, fuimos protegiendo de una menara muy seria y comprometida la personalidad de cada uno de los montgomery. Esos fuertes de piedra guardaron los relatos secretos de los primeros amores, las primeras conquistas, las primeras traiciones.
Y los años pasaron y en esos fuertes nos seguimos juntando clandestinos en plena dictadura y sirvieron también para esconder los materiales que utilizamos para interrumpir la locomoción colectiva o volar una torre de alta tensión en departamental.
Pero llegaron los tiempos de la maldita madurez y entonces todos nos vimos impulsados por los designios del sistema, a abandonar esos territorios de los sueños, donde sentíamos que era posible conquistar un nuevo mundo. Entonces aquellas palabras determinantes de los discursos del saber, de las historias instituidas por un orden que no era el nuestro, se fueron infiltrando en la maya cognitiva del ser social y de poco en poco pasamos de ser sujetos sociales a sujetos sujetados por el consumo del libre mercado.
Rápidamente nos fuimos quedando en casa de una manera por cierto poco segura, y compramos en el supermarket las palabras mal dichas del discurso adulto-céntrico, comenzamos a esforzarnos para vivir el día a día.
Dejamos de manera acelerada de seguir nuestros objetivos, dejamos tirada la red solidaria del mundo popular, y aquella particular y especial manera de descifrar los estados del orden y sus complicidades.
Bueno amigos y amigas, Cros. He querido contarles este pequeño bosquejo de un pedacito de mis historia de infancia, porque seguramente hoy en día estamos todos más viejos, más canosos y gordos. Mucha agua a pasado bajo el puente,…pero donde también nos reconocemos vivitos y coleando…y seguramente nuestros sueños nos siguen haciendo eco, hablando desde un lugar presente…nutridos de la experiencias del pasado, donde su lenguaje nos da la alternativa de construir nuevas realidades o a lo menos hacernos nuevas preguntas…y por ahí arribar a nuevas respuestas. Eso es para mi el diseño de un Cabaret de palabras mal escritas; el lenguaje que funda todos mis actos.
Muchas gracias a todos y todas por estar aquí esta noche.
Ronald Gallardo
2 de Junio del 2011
domingo, 5 de junio de 2011
Ronald Benjamin Gallardo Duarhtt - Palabras Malescritas
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