Por inverosímil que parezca, Danilo se salvó por milagro y emigró de Chile. Danilo Bartulin pasó junto con Víctor Jara los últimos días de vida del cantante en el Estadio de Chile.
“Cuando me detuvieron, me llevaron al Estadio de Chile. Fue por la tarde del 12 de septiembre. Allí ya había muchos prisioneros. Junto con otros presos nos ordenaron ponernos en fila con las manos en la nuca. De repente un oficial me reconoció:
-Es el médico de Salvador Allende.
-Es el médico de Salvador Allende.
El comandante Manrique, un fascista empedernido, se acercó a mí, desabrochó la funda, sacó la pistola y apuntándome a la cabeza dijo:
-Ha llegado tu hora.
-Ha llegado tu hora.
Y dirigiéndose a los soldados ordenó:
-Sepárenlo de los demás y dejénmelo a mí.
-Sepárenlo de los demás y dejénmelo a mí.
Me apartaron del grupo y me dieron un empujón que me tiró por la tierra. Vi a un grupo de jóvenes que los soldados iban arreando, apuntándolos con metralletas.
Al comandante le dijeron:
-Son los de la Universidad Técnica.
-Son los de la Universidad Técnica.
Los pusieron en fila también. Manrique recorrió la fila y señalo con el dedo a un preso:
-A ese me lo dejan a mí también.
-A ese me lo dejan a mí también.
No quería dar crédito a mis ojos. Se trataba de Víctor Jara. Varios soldados se animaron: “Aquí esta el cantante Jara...”. Pero el oficial les cortó:
-Este señor quiere pasar por otro. Es un líder extremista.
Esa calificación era suficiente para justificar el asesinato. Poco después a Víctor y a mi nos separaron de otros prisioneros y nos metieron en un pasillo frío.
Estuvieron pegándonos desde las siete de la tarde hasta las tres de la madrugada. Nos encontrábamos tumbados en el suelo sin poder movernos. Estábamos aislados de otros presos políticos. A eso de las tres de la madrugada vino un teniente que me invitó a sentarme. Empezó a preguntarme sobre Allende y me tendió un cigarrillo. Fume. Mientras tanto, Víctor seguía tendido en el suelo. Le entregué la mitad del cigarrillo, puesto que el teniente no quiso dar otro a Víctor.
Casi tres días estuvimos juntos Víctor y yo en el Estadio de Chile. A nosotros casi no nos daban de comer. Engañábamos el hambre con agua. Víctor tenía la cara llena de moretones y un ojo cerrado por la hinchazón.
Conversamos mucho en ese tiempo, Víctor me habló de su familia, de su mujer y sus hijas a quienes quería mucho, de sus espectáculos en el teatro y de las nuevas canciones que soñaba hacer... En el mismo estadio donde nos tenían presos, a Víctor le habían aplaudido cuando ganó el concurso de la Nueva Canción Chilena en el festival.
Víctor se mostraba pesimista respecto a su destino. Pensaba que no saldría de allí. Traté de animarlo. Aunque presentía su próxima muerte, seguía siendo el de siempre. Se portaba con valor, con dignidad, no pedía gracia a sus torturadores...”
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